RELATOS DE VILLA DEVOTO
EL BANCO OPRESOR
Escribe: NORBERTO PEDRO MALAGUTI - Vecino de Villa Devoto - Vicepresidente de la Junta de Estudios Históricos de Villa Devoto
Me encuentro sentado en un banco de la plaza, espacio que me sumerge en lejanos pensamientos, se escucha la música de la calesita de Tito, calesita que tiene mi misma edad, el revoloteo de las palomas y el bullicio insoportable de las cotorras.
Mi sensación es que el banco me oprime, me atrapa en medio de tantos recuerdos que parecer fluir contra mi voluntad.
Surgen con cierta cronología, mi niñez criado en una familia de profunda fe cristiana, donde participar en la vida religiosa era una premisa familiar.
Además, cumplir con esa característica pueblerina de la Villa, concurrir al colegio parroquial, la Cultural Inglesa, las primeras clases de florete en el Club Gimnasia y Esgrima.
Hasta las escapadas al Rodis Bar a jugar unas partidas de billar.
Viví los últimos años brillantes de los festejos patrios en la plaza, hacer la cola para comprar las exquisitas facturas de Lourido para acompañar las infaltables chocolatadas de los sábados a la tarde.
Qué lejos está todo eso.
Me pregunto, si es el banco que me oprime o soy yo que no quisiera levantarme nunca después de tanta ausencia.
Quizás aferrarme a aquel mundo que ya no existe.
No tengo tampoco ese entusiasmo de juventud cuando empecé a integrarme a un grupo de catequesis en apoyo a una villa precaria allá por Villa Altube.
Pablo, que tipo generoso. Era nuestro sacerdote mentor que nos llenaba de caridad transmitiendo lo que Jesus había predicado, la causa de los pobres.
Pero los pensamientos son caprichosos, y brotan desordenadamente.
Me recibí de médico muy joven. Comprendí que desde ese lugar podía aportar un servicio extra, no solo atenderlos sino además colectar medicamentos con la ayuda de algunos visitadores con sus muestras gratis.
Sentía que mi fe se había enriquecido con la labor que llevábamos adelante, el fortalecimiento político no me alejaba ni de Dios, ni del hombre, mi vida tenía sentido.
Hoy, repaso mi realidad y se me viene una serie de interrogantes, que quedo de aquel muchacho lleno de entusiasmo, de sueños que se mezclan con el interminable dolor de no saber donde están Patricio, Elena y Marita, que en una noche nefasta junto al Padre Pablo, lo levanto una patrulla militar.
Que será de Victoria que se encargaba de juntar ropa, alinearla y convertirla en nueva, solo sé que pudo zafar, dónde estará?
Aquí estoy atrapado en este banco de la Plaza Arenales, ya ochentón, totalmente calvo, algo rengo por la artritis, mirando de reojo el monumento de Antonio, evocando que?
Si todo aquello quedó trágicamente sepultado.
Que soy yo, solo un viejo cargado de años, solo un despojo de aquel joven soñador.
O un profesional cargando con un bagaje rutinario de haber ejercido en varias ciudades de Europa mi especialidad en gastroenterología, con algunas distinciones en diversos institutos, que ni siquiera satisficieron un poco mi vanidad, yo mismo me rendí, me entregue a una rutina profesional.
Reconozco que construyeron mi vida de niño, a su modo, sin duda con la mejor intensión, intente recuperarme y me adueñe de mi juventud, empecé a encontrar mi yo, pero no me dejaron.
Trato de disimular mi culpa?
Que culpa recapacito después si fui una víctima, que difícil es poder ser lo que uno desea.
Mis piernas tienen pocas fuerzas para que pueda levantarme, y el bastón no es ayuda suficiente, o es que en realidad quiero seguir atrapado en ese banco de madera de la plaza que contiene aquellos hermosos tiempos.
En esta época del año oscurece temprano, empieza a refrescar, es momento de volver.
Volver adonde?
Ciertamente me cuesta levantarme, pero una mano suave de un escolar con algunas manchas de tinta las estira hacia mí y me ayudaba a ponerme de pie.
Tengo unos chocolatines en el bolsillo y le obsequie dos a ese niño de enormes ojos negros que parecen iluminarme.
Sonríe y se marcha.
Me siento distinto, ese niño me ha devuelto un pedacito de esperanza.
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