jueves, 31 de agosto de 2023

EDUCATIVAS Y CULTURALES

LITERARIAS


LAS DOS CARAS DEL LIBERTADOR:
Un relato histórico


Escribe: Ona RC Alumna de 7º grado de la Escuela Primaria Nº26 DE 14 "DELFINA DE VEDIA DE MITRE".



Días pasados ​​Maia Alzugaray, a cargo de la Biblioteca "La historia sin fin" de la Escuela N°26 DE 14 de la Ciudad de Buenos Aires, se comunicaron con nuestra redacción para solicitarnos la publicación de una composición sobre el General San Martín, escrita por una alumna que está cursando séptimo grado en dicho establecimiento.

Por supuesto, aceptamos difundirla.

A continuación compartimos con nuestros lectores esta redacción, que invita a conocer a un prócer humanizado y cercano que "habla en primera persona". Y el mensaje medular de este relato sobrevendrá sobre el final cuando la escritora de apenas 12 años expone su sentir y convoca desde estas líneas a comprometernos con el presente que nos une en nuestro devenir histórico.

"Yo soy San Martín o, mejor dicho, era, porque ahora no soy nada. La gente piensa que yo era súper valiente, que nunca tenía miedo y que era un héroe. Pero había días en los que mi cuerpo no sentía nada más que Miedo y mi corazón latía tan fuerte que me dolía. Y sí, sí crucé la cordillera de los Andes, sí liberé a Perú, Argentina y Chile, sí me arriesgué a perder la vida, pero esas son solo las cosas buenas que pasaron en aquella. guerra. También hubo dolor y tristeza por todos los amigos y compañeros que morían, hubo miedo de no poder volver a ver a nuestra familia, hubo enojo hacia el ejército contrario y hubo alegría por todas las peleas ganadas.

Cada vez que recordaba a mi esposa, Remedios y a mi pequeña hija, Mercedes, me ponía a pensar en qué me hubiera gustado decirles antes de morir. A veces sentía tanto odio hacia la guerra, que me enojaba con mis soldados o con mi esposa. Ella era la persona que me soportaba todos los días y que lo iba a hacer hasta que alguno de los dos muriera. Ojalá la hubiera tratado como se lo merecía. Ojalá mi esposa se hubiera casado con un hombre mejor. Como yo lo hubiera hecho cuando ella falleció.

Yo era un hombre muy atractivo, no lo digo por alardear, sino porque tenía muchas amantes. La que más recuerdo es a Jesusa, que trabajaba entre la servidumbre de la familia de mi esposa, los Escalada. Esta mujer servía las mesas en las tertulias. Al servirme la comida, rozaba su brazo con el mío y me decía algo al oído, que yo nunca lograba oír por el ruido de la música. En ese momento, yo estaba perdidamente enamorado de Remeditos y mi intención era casarme con ella. Una noche, acostado en mi cama, escuché que alguien tocaba levemente la puerta. Parecía una mujer con intenciones. Empecé a imaginar que era Remeditos y mi corazón no dejaba de palpitar. Cuando abrí la puerta, estaba con una mano en la cadera y vestida provocativamente ¡Jesusa! Pensé en invitarla a pasar la noche conmigo, pero no podía dejar de pensar en Remeditos, entonces le dije que no quería tener nada con ella y se fue con los ojos húmedos a punto de llorar. Aunque, cuando me acompañó a Chile y a Perú, sí tuvimos algo y unos días antes de morir me enteré que había tenido un hijo con ella.

También tuve otro hijo llamado Joaquín Miguel de San Martín y Mirón, este lo tuve con otra de mis amantes, de la que no recuerdo el nombre. Lo conocí en Europa, pero no tuvimos una buena relación, porque ya era muy tarde y pensaba que había sido un error. Él tenía razón, pero aunque no lo quería tener, lo iba a querer como a Mercedes.

Además de gustarme las mujeres, en especial Remeditos, me gustaba jugar al ajedrez con mis soldados. Pero no era solo un juego, también era un entrenamiento para la astucia y la estrategia. Yo lo pensaba como si cada una de las piezas fuera una parte del ejército: el rey era la patria, la reina el general, los alfiles los comandantes, los caballos la caballería, las torres la artillería y los peones la infantería. Siempre ganaba, hasta con los mejores jugadores del mundo.

Cuando Remeditos me acompañó con Merceditas ella se sentía muy mal porque tenía tisis, así que se tuvo que ir. Ella no quería irse ya que había ayudado bastante, pero yo le dije que era lo mejor. Cuando se fue se llevó a Merceditas y un ataúd que ya tenía destinatario. Cuando Remedios murió y yo ya estaba en Buenos Aires, fui a buscar a mi hija. Con mi suegra, Tomasa, no teníamos muy buena relación. Mercedes había pasado más de la mitad de su vida con su abuela, por ende, ella no quería dármela. Por esta razón, Manuel actuó como mediador y a regañadientes, hizo que Tomasa accediese a darme a mi hija.

Hice que construyeran una lápida sobre el sepulcro de Remedios en el cementerio de Recoleta. Mientras esto pasaba yo me quedé meditando solo. En su ceremonia vi una cara conocida, no me salía el nombre hasta que recordé. Era Jesusa, ella venía ya que conocía a Remeditos desde pequeña porque había sido su sirvienta. Cuando me saludó, pensé que iba a intentar conquistarme, pero ya tenía esposo. Me puse un poco triste, no porque me gustara sino porque al parecer yo ya no le gustaba a todo el mundo, pero también me puse muy contento por ella.

Mucha gente me decía que me creía lindo, inteligente, aplicado, entre otras cosas. Es un poco verdad. Bueno, bastante verdad. Cuando yo estaba en Perú, José Bernardo Alzedo Retuerto, un compositor peruano, escribió una canción en donde mencionaba mi apellido, solo por esa razón, la distribuí, para que fuera el Himno Nacional Peruano. No recuerdo todo el himno, ya que era muy largo, pero recuerdo la estrofa de mi apellido, creo que era algo así:

Por doquier San Martín inflamado
libertad, libertad pronunció
y meciendo su base los Andes
la enunciaron también a una voz

También había una canción muy popular en las tertulias, llamada La Palomita, esta también me nombraba, y por esto, hice que se escuchara mucho.

Cuando conocí a Remedios, yo estaba en una fiesta. Ella tenía un vestido claro de estilo imperio. Cada vez que la miraba parecía esconderse con su abanico. Mientras la seguía con la mirada pregunté quién era. Niños, adultos y ancianos me dijeron que era la preciosa Remeditos, hija de los Escalada. Estábamos en el patio de la casa de donde se hacía esta fiesta. La empecé a seguir como si fuéramos niños jugando a «La Mancha». Ella corría levantando su vestido un poco para no tropezarse. Llegamos a una parte del lugar, en donde casi no se escuchaba la música. Nos sentamos en el pasto a mirar la luna. Luego volvimos para entrar a la casa ya que había empezado a refrescar. En el camino charlamos, pero no recuerdo sobre qué. Estuvimos toda la noche juntos bailando minué, tomando y comiendo. Cuando volví a mi casa no podía parar de pensar en el mejor día y la mejor fiesta de mi vida. Después nos casamos, tuvimos a Mercedes y seguíamos teniendo el mismo amor que teníamos cuando nos conocimos.

Cuando envejecí, mi hija y mis nietas venían a visitarme. A veces dábamos una vuelta en coche y yo la hacía detener a Mercedes en la rambla para ver el mar. Cuando me di cuenta de que ya no podía moverme solo y que estaba casi ciego perdí las ganas de comer. Un día fuimos a la tarde con mi hija y mis nietas a ver el mar de nuevo. Cada vez me costaba más respirar y pensando que iba a ser la última vez que veía el mar, dije por lo bajo: C'est l'orage qui méne au port. [Es la tormenta que lleva al puerto]. La mañana siguiente me fui a acostar con mareos mientras mi hija me leía las noticias. Deliré. Sentí convulsiones. El hombre con la capa negra había venido por mí. La muerte. Mientras sentía todo esto me puse a pensar en que al final, fui una persona normal. Cometí errores, lloraba, me enojaba, decía cosas de las que después me arrepentía y tenía miedo. Sí, hice cosas muy buenas y luché por la libertad. Pero era igual que todos, y ese «todos» te incluye, y podés hacer lo que yo hice y hasta cosas mejores."

Bibliografía:
GARCÍA HAMILTON, José Ignacio. Don José: la vida de San Martín. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

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