NOTA DE TAPA
CIUDADES CON FUTURO
Sostenibles, verdes e inclusivas
Escribe: Lic. MÓNICA RODRÍGUEZ - Dirección
Si nos parara un encuestador por la calle y nos preguntara en qué tipo de ciudad nos gustaría vivir, sin dudarlo responderíamos “en una ciudad saludable”.
Es más, quienes tienen la dicha de viajar por el mundo, vuelven admirados de sus estadías en Londres, Estocolmo, Edimburgo, Oslo ó Frankfurt, por mencionar tan solo algunas de las 10 ciudades ubicadas en el top ten de las más sostenibles del mundo, según Arcadis, una empresa líder mundial en diseño sostenible que arma su ponderación siguiendo los pilares establecidos por Naciones Unidas en materia social, medioambiental y económico, considerándolos tanto por separado como en su unión.
Según esta misma guía, en estas latitudes la ciudad de Buenos Aires se ubica en el puesto 81, detrás de Santiago de Chile (77).
Más allá de la ubicación en la tabla, los porteños que pasamos este verano en Buenos Aires, nos sentimos más cerca del cadalso que del paraíso, a juzgar por las sucesivas olas de calor que tuvimos que soportar: días y días el termómetro marcando temperaturas superiores a los 40 grados, pero sabiendo que si tocaba caminar por algunas de las calles de nuestra ciudad a pleno rayo del sol y en medio del cemento la onda de calor era aún más agobiante. Una realidad, inédita desde que se tiene registro (1962), que obligó al Servicio Meteorológico Nacional a introducir un color más para representarla en los mapas; aunque algunos expertos anticipan que esto que hoy se presenta como una excepcionalidad, podría ser el verano más frío respecto de aquellos que están por venir.
Consecuencia de las altas temperaturas y como era de esperar, llevaron los consumos de energía a niveles récords y como viene sucediendo hace décadas, produjeron el colapso de los débiles y maltrechos sistemas de tendidos de media y baja tensión que desde hace años sufren falta de mantenimiento e inversión por parte de las empresas prestatarias del servicio, provocando cortes de luz masivos, reiterados y de larga duración. A la par, en algunas zonas también sufren baja presión o falta de agua corriente.
La crisis climática y sus consecuencias dejaron de ser una simple amenaza por venir para convertirse en una realidad que padecemos en primera persona y en la ciudad de Buenos Aires comprobamos que cuando hablamos de conceptos como “isla de calor” (el termómetro marca varios grados más en la zona urbana que en sus alrededores) es una experiencia que vivimos, lo mismo que inundaciones provocadas por lluvias torrenciales de variada intensidad que en pocos minutos anegan nuestras calles e incluso provocan serios daños en nuestros hogares, lugares de trabajo y bienes.
Y todo esto se da en una ciudad que forma parte de una megalópolis, la más densamente poblada del país. El área metropolitana comprendida por la Capital Federal y Gran Buenos Aires concentra 13.985.794 habitantes, eso representa el 30,4% de los 46.044.703 almas que habitan el país, según el último censo de 2022.
Así, nuestro país no solo está en consonancia con una tendencia mundial que refleja un aumento de la población en las grandes ciudades en desmedro de las áreas rurales, aquí esa preferencia es radicalmente mayor. Mientras el 56% de la población del planeta vive en grandes urbes, en nuestro país se eleva al 92%, muy por encima también de la media europea (75%), de Estados Unidos (82%) e incluso de Latinoamérica (83%). Se estima que hacia el 2030 el 94% de los argentinos vivirá en ciudades y una poción muy grande de ellos específicamente en esta área metropolitana de Buenos Aires.
¿Qué se requiere para ser una ciudad sea saludable?
Las ciudades sostenibles son aquellas urbes donde existe una adecuada movilidad, ahorro de energía y de recursos hídricos, disminución de la contaminación acústica y creación de espacios públicos con áreas verdes puestas al servicio del ciudadano.
Otro elemento de gran importancia para las ciudades y comunidades sostenibles reside en la implementación de arquitectura bioclimática. Es decir, hay ciudades que diseñan sus edificios teniendo en cuenta las condiciones climáticas y del entorno a través del aprovechamiento de recursos disponibles como el sol, la vegetación, la lluvia o la dirección del viento para disminuir el impacto ambiental de las construcciones.
Para que una ciudad o comunidad sea sostenible debe utilizar recursos renovables, ser autosuficiente, desarrollar infraestructuras verdes, ser eficiente a nivel local, potenciar una cultura de la sostenibilidad, la igualdad y el bienestar social, reducir las emisiones de CO2, practicar la triple fórmula de reducir, reutilizar y reciclar. En resumen, estas características ayudan a crear ciudades más respetuosas con el medio ambiente y fomentan el respeto entre sus habitantes.
Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los espacios urbanos son un objetivo prioritario. El ODS 11, Ciudades y Comunidades Sostenibles, tiene como objetivo lograr que las ciudades y asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles. Fijarse esta meta es importante porque el crecimiento exponencial de habitantes en las urbes de todo el mundo hace necesario buscar modelos más ecológicos y saludables para organizar el espacio.
Tres criterios de sostenibilidad
Los tres pilares que usa Arcadis para elaborar su listado de las ciudades más sostenibles se relacionan con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El criterio social tiene en cuenta a las personas y refleja la movilidad social y la calidad de vida; el medioambiental se centra en el planeta y describe la manera en que se gestiona la energía que se usa y los niveles de contaminación atmosférica y de emisiones de gases de efecto invernadero; por su parte, el económico evalúa el desarrollo de los negocios y las oportunidades con relación al medio ambiente.
A partir de esos tres pilares, Arcadis lleva a cabo una evaluación para encontrar qué ciudades cumplen más de los vectores que se incluyen en cada uno de los criterios y que, por tanto, son las ciudades más sostenibles.
CIUDAD DE BUENOS AIRES
Atendiendo estas definiciones y los objetivos del desarrollo sostenible para 2030, veamos cómo está nuestra ciudad en algunas de esas áreas.
Espacios verdes
Los organismos internacionales recomiendan que en las ciudades haya como mínimo 10 m2 de espacios verdes por habitante.
La ciudad de Buenos Aires, considerando la reserva ecológica, tiene un promedio 6 m2 de espacios verdes por habitante, muy lejos de los parámetros internacionales y además esos espacios están distribuidos de manera muy despareja en el territorio.
Pongamos un ejemplo de nuestra comuna, los 35.000 habitantes de Villa Santa Rita apenas tienen 0,02 m2 de espacios verdes por habitante que se lo brindan dos pequeñas plazoletas, es decir, cuentan con apenas una baldosa de 20 cm de espacios verdes por persona. Si Dios quiere y en los próximos días la Legislatura aprueba el proyecto de expropiación de un terreno de 1.600 m2 ubicado sobre avenida Jonte al 3200 que será destinado a espacio verde público, entonces los residentes de esa zona pasarán a gozar de 0,05 m2 de espacio verde por habitante.
Diseño de ciudad e impacto ambiental de las construcciones
La ciudad de Buenos Aires sancionó en el año 2018 un nuevo Código Urbanístico y un nuevo Código de Edificación. A través de esta reforma el Estado busca promover que la ciudad pase de 3.000.000 a 6.000.000 de habitantes.
Sin embargo, estos trascendentes cambios se hicieron sin haber revisado antes el PLAN URBANO AMBIENTAL, la ley “madre” del proceso de planeamiento y gestión de la ciudad, que ya contabiliza una rémora de 12 años.
Tanto el Código Urbanístico como el Código de Edificación deberían haberse tratado y sancionado después que estuviera actualizado el PUA y no antes, puesto que estos digestos deberían asentarse en las grandes directrices y en el diseño de ciudad que establezca esa ley marco. Esto no se hizo así.
El Código Urbanístico trajo aparejados cambios sustantivos, aumentando la constructividad en ciertas zonas hasta un 700%, a costa de reducir significativamente los pulmones de manzana, eliminar retiros de frente y permitir mayor altura en algunas áreas.
Pero lo que más preocupa a los vecinos es que los permisos de obras se dan sin que desde el Estado se garantice la prestación de servicios públicos esenciales, como son la luz, gas, agua corriente y cloacas. Es más, la legislatura porteña derogó en el mes de noviembre de 2021 una norma que obligaba a las constructoras a tramitar ante las empresas prestatarias de servicios públicos un certificado de factibilidad en el que las compañías confirmaban (o no) si iban a tener capacidad de responder satisfactoriamente a la mayor demanda que implican nuevos desarrollos.
Costa urbana
Del mismo modo muchos se preguntan que sucederá frente a la futura ocupación edilicia de la costanera del río de la Plata. En el mundo la tendencia es dejar las áreas costeras libres y sin construcción para que funcionen como zonas de amortiguación frente a inundaciones y a un potencial aumento del nivel del mar en las próximas décadas producto del calentamiento global; por otro lado, también se busca permitir la entrada de las corrientes de aire y vientos costeros hacia el interior de la ciudad, favoreciendo la regulación de la temperatura y contribuyendo a amainar los efectos de la “isla de calor”.
En la ciudad de Buenos Aires hay proyectos que en breve empezarán a ejecutarse y van en sentido contrario. Sin ir más lejos, días pasados la justicia confirmó que la empresa IRSA podrá construir torres de hasta 145 metros de altura en las 72 hectáreas de la ex ciudad deportiva, a condición que 48 de esas hectáreas queden reservadas como espacio verde público. Otros proyectos similares también están previstos en esa misma línea marítima.
CONCLUSIÓN
Queda claro que en ciertas ciudades del mundo sus gobernantes han tomado nota de lo que está sucediendo y previendo lo que podría sobrevenir. Comprendieron que decisiones equivocadas pueden transformar sus urbes en sitios inviables en un futuro no demasiado lejano.
En función de ello orientaron sus políticas para convertirse en ciudades saludables, sabiendo que la planificación no puede quedar supeditada a proyectos compartimentados, desconectados unos de otros y/o importar ideas de otras latitudes sin atender las características particulares del territorio y la población donde se van a ejecutar.
Orientar una ciudad hacia un destino saludable exige en primer lugar, tener una mirada global y un diagnóstico preciso que incluya en sus ponderaciones las nuevas incertidumbres que vienen aparejadas con la crisis climática. A partir de allí trazar una estrategia de largo plazo con iniciativas precisas, concretas y coordinadas dentro de un sistema integral, integrado, organizado y ordenado.
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