martes, 3 de enero de 2023

EDUCATIVAS Y CULTURALES

CUENTO


LA CUADRA DE ENFRENTE


Escribe: VICTORIA BIGO
5º “A” Economía – Instituto Evangélico Americano


Las caminatas por el barrio tenían siempre el mismo recorrido, los mismos acompañantes y prácticamente las mismas conversaciones. Ya eran parte de su rutina, como lavarse los dientes. La costumbre, la comodidad, el hábito… ¿Quién sabe cuál era el real motivo por el que Paula nunca se había replanteado por qué iba a caminar todos los días con la misma gente?

De hecho, no sólo el recorrido, los acompañantes o las conversaciones eran rutinarios, sino que la chica de rulos que caminaba en la cuadra de enfrente y doblaba en la calle, donde se encontraba la galería de arte, también formaba parte de esa rutina. Nunca le había visto la cara porque siempre caminaba unos metros adelantada.

Un día como cualquier otro, estaba Paula caminando con su amiga Azul, mientras mantenían una conversación que abarcaba los dos mismos temas de siempre: chicos y qué se iban a poner para salir. La variedad de contenidos, estaba claro, era escasa. Mientras hablaban sobre eso, Paula veía a la chica de rulos en la cuadra de enfrente, tan libre, feliz, interesante…

A veces, divagando y tratando de escapar de la realidad invariable, Paula pensaba que una conversación con ella sería genial, y el espectro de temas para charlar no sería tan banal y reducido como el que tenía con Azul. Y no es que no la quería a su amiga, pero el hecho de hablar sobre chicos y salir la aburría tanto como quedarse mirando una pared; de hecho, a Paula ni le gustaba salir… pero ¿qué iba a hacer? No podía no salir, tenía que salir… Si todos lo hacían. Además… si se resistía ¿de qué iba a charlar con Azul?

Al día siguiente, salió a caminar con su padre. Las conversaciones eran lindas hasta que llegaba el punto de oír la voz de él preguntándole qué iba a estudiar. “Estoy viendo un par de carreras que me gustan” era la respuesta que le daba siempre para seguir posponiendo el decirle que no quería estudiar nada sobre Economía ni Medicina, que eran las dos áreas en la que toda su familia se había desempeñado y que esperaba que ella lo hiciera también. Mientras escuchaba el silencio expectante de su padre por una sorpresiva respuesta más concreta, Paula veía a la chica de rulos y pensaba que seguro ella sabía lo que le gustaba hacer y estudiaría lo que quisiera. Esta vez notó que los rulos de la chica eran muy parecidos a los que llevaba ella misma cuando era más chica… Nunca le habían gustado, pero esa imagen hizo que los extrañara.

Las conversaciones de las caminatas de todos los días no la llenaban, sentía que se encontraba sola en un mar de preguntas tajantes y mandamientos que debía cumplir. Paula siempre supo que el problema no se encontraba ni en Azul, ni en su padre, ni en ninguno de los acompañantes que caminaban con ella; el problema era que ella misma era prisionera de sus dudas e incertidumbres que no dejaban que ella fuera quien realmente era.

Sin embargo, el otro día decidió ir sola a caminar. No espero a nadie, no cumplió con su rutina incuestionable hasta ese entonces. Y caminó más rápido. Y se apuró. Y cruzó a la cuadra que la enfrentaba. Y alcanzó a la chica de rulos intersectándola en la esquina donde siempre doblaba. No lo podía creer, era como ver un espejo, pero uno mucho más libre y feliz. Pestañeó y la chica ya no estaba, pero la chica de rulos seguía ahí

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