EN EL RECUERDO
Carta Abierta
MAMÁ
ROSA ÁLVAREZ DE GONZÁLEZ
4/1/1927 - 18/4/2018
Escribe: ROGELIO GONZÁLEZ
El 23 de marzo de 1926, llega a Buenos Aires una pareja de inmigrantes gallegos, Ángel y Rosa, mis abuelos.
Al año siguiente, el 4 de enero de 1927 nace su segunda hija, ROSA, mi mamá.
Cuatro años después, tristes por la morriña (añoranza), deciden regresar a su terruño y es así como mi mamá - una gallega nacida en Parque Patricios - pasó su niñez y juventud en Ponteareas, una aldea de la provincia de Pontevedra, en Galicia.
A principio de los años 50, en parte por necesidad y en parte por sus ansias de progresar, llega a la Argentina como una inmigrante más, con una pequeña valija y su máquina de coser Singer.
Primero vivió en una pensión en el barrio porteño de Versalles, luego con mucho esfuerzo y trabajo duro logró comprar un terreno en Haedo, en aquellos años un lejano e inhóspito lugar. Instala allí una prefabricada y logra traer a su madre de España. Tiempo después llega su hermana mayor con sus dos hijos y el esposo. Para su padre, mi abuelo, ya era demasiado tarde.
Mamá me inculcó el valor del esfuerzo, el respeto a la diversidad, la importancia de honrar la palabra empeñada, el significado del dinero bien ganado y la envergadura del ahorro.
Junto a mi padre Rogelio, con quien se casó en 1959 me prepararon para asumir los desafíos que me impondría la vida, pero indudablemente su corazón de madre no pudo evitar tratar de allanar mi camino. Hasta sus últimos días cuidó mis pasos y me ayudó a mantenerme en pie, en más de un tropezón.
Tres años antes que ella, en 2015, partió el amor de su vida, como ella solía decir, refiriéndose a su esposo, mi papá. Hoy se que se reencontraron en otro plano.
En esa sobreprotección de madre, cada noche esperaba mi llamado para dormirse tranquila, sabiendo que "su hijo" estaba bien. La última noche que hablamos, pocas horas antes de su repentina e inesperada partida, la charla telefónica no fue como las habituales. Además de las cosas triviales, de cómo estábamos, qué habíamos hecho en el día etc., me sorprendió con una pregunta que no recuerdo que me haya hecho antes, preguntó si éramos felices, si mi señora y yo éramos felices, desde el fondo de mi corazón le respondí que SÍ.
Hoy mamá, nuevamente desde el fondo de mi corazón y a pesar del dolor por no tenerte físicamente a mi lado, te sigo respondiendo que SÍ, somos felices y gran parte de esa felicidad te la debemos a vos y a papá.
GRACIAS MAMÁ
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