NOTA DE TAPA
PENSAR Y CONSTRUIR UN FUTURO DIFERENTE
¿Qué mostró esta pandemia? ¿El mundo volverá a ser el mismo superada la crisis sanitaria? ¿Se abren nuevas oportunidades o vamos camino a una profundización de la desigualdad y de la cultura del descarte? ¿La humanidad lo tolerará?
Escribe: Lic. MÓNICA RODRÍGUEZ - Dirección
Vivimos en un mundo que sigue atravesado por la pandemia pero que ya cuenta con vacunas que se están dando masivamente aunque en la escala planetaria solo la población de un puñado de 30 países tiene el privilegio de ser inoculada, y esto es a causa que poco más del 10% de los Estados están acaparando el 90% de las dosis a nivel mundial.
Argentina está dentro de la treintena de bendecidas naciones y desde el Ministerio de Salud de la Nación lo han conseguido siguiendo un estrategia heterodoxa donde semana a semana van llegando vacunas de diferentes orígenes para inmunizar a los distintos grupos poblacionales con una garantía de efectividad del 85% al 95%. Mientras esto sucede, en Argentina también se fabrica el principio activo de la vacuna AstraZeneca – Oxford que luego viaja a México/USA para adicionar excipientes y proceder al envasado, y se espera que varios millones de esas dosis regresen a nuestro país en abril próximo; un convenio con el Laboratorio Gamaleya (dueño de la patente de la vacuna Sputnik V) dio la posibilidad que la fórmula se produzca en nuestro país y con ello se espera tener dosis de fabricación nacional para fin de año; por último, un proyecto de vacuna contra el COVID-19 totalmente desarrollado por el CONICET ya está en Fase 3 y recaen sobre él grandes esperanzas.
Es decir, aún cuando uno presume que falta un largo camino, pareciera que poco a poco vamos superando los momentos más aciagos.
Ahora bien, cabe preguntarnos ¿Qué mostró esta pandemia? ¿El mundo volverá a ser el mismo superada la crisis sanitaria? ¿Se abren nuevas oportunidades o vamos camino a una profundización de la desigualdad y de la cultura del descarte? ¿La humanidad lo tolerará?
A lo largo de todo el 2020 y lo que va de este año estamos vivenciando dos caras bien diferentes de esta aldea global en la que nos convertimos. Por un lado, los esfuerzos mancomunados de los científicos para encontrar vacunas efectivas casi en una carrera contra el tiempo, resulta admirable. A la par, el acaparamiento de prácticamente todas las vacunas por parte de unos pocos países sobre los 194 existentes habla de una desmedida distorsión y exacerba las profundas desigualdades que ya existían mucho antes que esta plaga comenzara.
La pandemia colapsó gran parte de las economías con caídas brutales de sus PBI, aún la de los países más poderosos de la Tierra. Con ello, la exclusión y la pobreza dieron un salto descomunal que fue consecuencia de la enorme masa de personas que quedaron desocupadas producto de la parálisis o disminución en el ritmo de múltiples actividades. Pero el golpe no fue parejo para todos. En los países con grandes recursos, los Estados pudieron acoger a la población que cayó en desgracia con fuertes subsidios. En los países más pobres, los más débiles quedaron a la deriva. Desde el punto de vista de la brecha tecnológica, la pandemia también destruyó mucho más aquellas economías rezagadas y actividades que no tuvieron la capacidad de reconvertirse rápidamente ó no eran esenciales. Y la riqueza se siguió concentrando aún más. Pensemos que antes de esta crisis sanitaria ya el 1% más rico ostentaba más del 82% de la riqueza mundial.
Si hubo un área que la pandemia puso a prueba, ese fue la salud y especialmente está midiendo la fortaleza de los sistemas para responder a la altísima demanda. Y los resultados fueron de magros a muy malos. Aún las grandes potencias vieron colapsar sus sistemas y mostraron una enorme fragilidad a la hora de tener que responder. Por supuesto, en los países más pobres y con sistemas de salud pública más frágiles o inexistentes se sigue sintiendo con mayor dureza y eleva aún más el número de muertos. Nuestro país, a pesar de la enorme debilidad de su economía, pudo armar una estrategia que evitó en todo momento que el sistema de salud, público y privado, se viera desbordado. Esto evitó muertes innecesarias que hubieran sobrevenido por falta de atención.
Y llegamos a la educación, que debió en cuestión de días realizar una enorme reconversión de la presencialidad a la virtualidad y hoy en la mayoría de los países, y en el nuestro también, están convergiendo a un sistema híbrido. En esta área se sintieron las desigualdades: los más humildes y vulnerables fueron prácticamente expulsados de la “escuela virtual” ya sea por no tener acceso a la conectividad o no tener los equipos desde donde acceder. Para los que lograron mantenerse dentro del sistema los resultados fueron dispersos: en algunos casos buenos, a otros les dieron muy pocos contenidos y no faltaron en el otro extremo a los que sobrecargaron de exigencias. Pero en los ámbitos académicos algunas cosas quedaron claras: la virtualidad y la presencialidad no son modalidades que puedan competir entre sí ni son capaces de suplantarse, cumplen diferentes funciones y fines. Así, la virtualidad demostró que no es capaz de contener, cuidar, transmitir afectos, compartir emociones ni facilitar la socialización como lo hace la presencialidad. La virtualidad es excelente para transmitir contenidos y agilizar ciertas habilidades pero es incapaz de trabar vínculos personales como los que se establecen en el contacto persona a persona.
La dimensión tecnológica fue sin duda una estrella que nos iluminó. Porque qué hubiera sido de gran parte de nosotros si no hubieran existido todas las posibilidades que nos brindó el actual desarrollo tecnológico. Las actividades que ya era nativas digitales desarrollaron aún más su potencial, otras tuvieron la oportunidad de reconvertirse rápidamente y aquellas prestaciones que dependen casi exclusivamente del trato persona a persona o suponen traslados físicos aún hoy son las que permanecen más resentidas, es el caso del turismo y gran parte de las industrias culturales.
Quizás sea la dimensión ambiental a la que le tocó la mejor parte y le permitió al mundo “tomarse un respiro”. La disminución abrupta del consumo, la caída sustantiva de las actividades económicas disminuyeron, sobre todo en los primeros meses del 2020 los gases de efecto invernadero y posibilitó que se cerrara el agujero de ozono, entre otros beneficios, aunque estamos muy lejos de solucionar una de las principales amenazas que tiene el mundo y es el cambio climático.
En fin, esta pandemia como otros hechos trascendentes para la humanidad, sin duda cambiarán aspectos de nuestra forma de pensar individual y colectiva, nuevos hábitos seguramente llegaron para quedarse y ciertos aspectos de la vida que debimos abandonar obligados por las circunstancias ya no volverán. Pero la pregunta de fondo es qué haremos con las principales problemáticas que ya estaban planteadas en el mundo mucho antes de la pandemia pero que ahora se han exacerbado, entre ellas: las migraciones, la desigualdad, la globalización, la disrupción tecnológica, el crecimiento, el cambio climático, la educación, la salud…
De las respuesta que demos y que no pueden ser meramente coyunturales sino estructurales, dependerá quizás por primera vez en la historia de la humanidad, un destino común, ya sea para mantener la paz como para evitar un colapso definitivo como consecuencia del cambio climático.
Es así que los líderes mundiales y los de cada uno de los países tienen ante sí una crisis planetaria con un enorme abanico de incertidumbres pero también se abren enormes oportunidades si son capaces de hilvanar decisiones que tengan como principios rectores restablecer un mundo seguro, promover la justicia social y la igualdad de oportunidades, una más equitativa distribución del ingreso, flexibilidd y permeabilidad a los cambios que privilegiando el Bien Común, apelar a la creatividad para encontrar políticas públicas innovadoras y ser capaces de transmitir la confianza necesaria a la población.
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