EDITORIAL
NUESTRO MAYOR OBSEQUIO
ESCRIBE: Lic. MÓNICA RODRIGUEZ - Dirección
Los niños y niñas de hoy, serán los hombres y mujeres del mañana y no podemos desconocer que del bagaje de aprendizajes, valores, amor, principios, oportunidades, referentes y condiciones de vida que vayan nutriendo su crecimiento dependerá gran parte del desarrollo que puedan alcanzar como personas.
Por supuesto, en esto somos los adultos los que tenemos la máxima responsabilidad porque cuando los adultos nos apartamos de nuestro rol, se termina la infancia.
Padres, escuela, club, cultos, medios de comunicación y por supuesto el Estado cumplen funciones indelegables que en conjunto van contribuyendo a la formación integral de la persona humana y al desarrollo de sus potencialidades.
Aquellos que nacen en familias donde les prodigan amor y les hacen saber cuánto los aman, les brindan tiempo para estar con ellos, les transmiten valores como el altruismo, no discriminación, tolerancia con el que piensa y hace distinto, no violencia, importancia del diálogo; tienen todas sus necesidades básicas satisfechas (alimentación, salud, seguridad); acceso a una educación de calidad que les permite desarrollar sus capacidades cognitivas, creativas y emocionales a partir del fomento de un espíritu crítico y una cultura donde aprenden que el esfuerzo vale para el progreso se le abre un abanico de posibilidades muy distintas que a aquellos otros que nacen en el seno de hogares disfuncionales que no pueden garantizarles las mínimas y más elementales condiciones de vida, no reciben una alimentación equilibrada, no acceden a la salud y a educación de calidad, viven en zonas insalubres, sin servicios y donde el delito se empodera para someter a sus primeras y más directas víctimas…
Es aquí donde las instituciones de la sociedad civil (escuela, clubes, cultos, asociaciones de fomento, centros culturales, centros comunitarios) suelen adquirir un protagonismo que revierte paradigmas convirtiéndose en referentes positivos que mitigan grandes carencias multidimensionales. Sin embargo, estas organizaciones de la sociedad civil no alcanzan cuando el Estado no logra cumplir con sus funciones indelegables que hacen a su razón de ser.
Los datos sobre la niñez de nuestro país son altamente preocupantes y deberían encender todas las alarmas. Los últimos informes de UNICEF, del INDEC y del OBSERVATORIO SOCIAL DE LA UCA dan cuenta de ello: casi uno de cada dos niños en Argentina es pobre, lo cual totaliza unos 5,6 millones de chicos, de ellos 1,3 millones esta en situación de indigencia, a esto se agrega la estigmatización que significa la punibilidad sobre la infancia pobre y la explotación infantil que aunque en la última década bajó considerablemente muchos niños aún se ven sometidos a estas condiciones.
Desconocer que se trata de un problema estructural y echarse culpas unos a otros no nos va a permitir avanzar. Se debe tomar el toro por las astas para diseñar y gestionar un sistema integral de políticas de Estado de largo plazo que surjan del consenso a partir de un profundo debate multisectorial y multipartidario que debería estar en el primer lugar de la agenda pública.
Como diría un futbolero “la base está” porque la Asignación Universal por Hijo (AUH) ha sido y es un programa exitoso que no solo implica ayuda económica sino también ampliación de derechos de la mano de la seguridad social e inserción escolar de los sectores más vulnerables. Hay que decir también que la presente gestión extendió la AUH a segmentos poblacionales que antes no lo recibían como los monotributistas, aunque aún quedan alrededor de 1.600.000 niños elegibles que no la están percibiendo por diferentes motivos.
Este es un buen programa pero no alcanza. Hay que apelar a un engranaje de medidas que aborde la problemática de manera multidimensional a fin de implementar políticas articuladas que hagan foco de manera cuantitativa y cualitativa segmento por segmento para superar de manera definitiva las problemáticas que atraviesan a la infancia.
Argentina tiene su futuro hipotecado y nuestro destino dependerá de si somos capaces de saldar esta lacerante deuda social interna. Como sociedad el mejor obsequio que podemos hacerle a nuestros niños es asegurarle una infancia feliz, inclusiva y con igualdad de oportunidades, donde le devolvamos el tiempo de disfrutar del juego en esta etapa que es pilar de la vida. Si lo logramos, habremos recuperado una de las bases fundamentales que alguna vez hizo de nuestro país una tierra próspera para todos.
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